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LA VIDA LOCA - CRAZY LIFE

Javier Hernandez

Llegamos a Roma con una hora de retraso.

Llegamos a Roma con una hora de retraso. Eso nos da tiempo para desayunar tranquilamente en el tren. En la estación de Roma Tiburtina perdemos una hora decidiendo qué vamos a hacer durante el día. Comenzamos buscando El Moisés. Cuando damos con San pietro in Vincolo, comprobamos con horror que llegamos en el cierre del mediodía. Seguimos resignados hacia el Coliseo. MIentras dudamos si entrar o no, lo rodeamos hasta que nos acercamos a la salida, desde donde se puede ver el interior. Pero para entrar hay que pargar 4 euros, y la economía está muy mal. Así que decidimos...¡Colarnos! No hay más que un cordón corredizo que nos separa del interior. Uno de nosotros (se dice el pecado, pero no el pecador) no se lo piensa y lo cruza rápido y sin mirar a la chica de vigilancia, que está distraída con un grupo de turistas. El resto, obviamente, copiamos la estrategia. Una vez dentro, a poner inmediatamente cara de interesados y comentar entre nosotros la estructura y todo eso del lugar, mientras nos alejamos de la puerta a ritmo rápido. El corazón palpita como una palomita, y cuando estamos suficientemente lejos de los de seguridad, descargamos las carcajadas que teníamos acumuladas. ¡lo tienen bien empleado: 4 euros por unas cuantas piedras!
Después del Coliseo entramos en el Foro. Comemos unos bocadillos y buscamos la iglesia del Gesù, pero sin suerte. El tiempo pasa sorprendentemente rápido, y como vamos a pie apenas da tiempo de hacer otras cosas. Volvemos raudos a la estación de tren, y cogemos la locomotora rumbo a... Milán.

Y llegamos a Siracusa...

Y llegamos a Siracusa... No han dado todavía las 8 cuando un rebelde rayo de sol sortea la cortina del tren y nos devuelve al mundo de los conscientes.En nada llegamos a la estación. No nos hemos dado cuenta, por estar dormidos, pero han metido el tren entero (sí,sí, entero, con locomotora y vagones) en un barco y así hemos alcanzado Sicilia. Las casas son blancas y hay naranjos y limoneros por doquier. De hecho, compramos naranjas (0.40? el kilo) para desayunar en un parque cercano. El día es tan agradable que incluso nos quitamos el jersey (y eso que es enero). Avanzamos por la avenida Corso Umberto I hacia la Isla de Ortigia (que, además de un lugar mitológico, alberga la parte vieja de la ciudad). Es un lugar precioso, típico de cualquier película de James Bond en los 50, perseguido en su descapotable por las estrellas callejuelas que dan a parar a la mar (que es el morir). Nos hacemos unas fotos en unas rocas, junto a un pequeño puerto. En el casco antiguo, nos metemos en el Museo Palazzo Bellomo, donde nos piden 5? de entrada, que por supuesto desistimos entregar. Lo sorprendente es que al hacer el amago para irnos, el portero va y nos dice que pasemos sin pagar, ¡que él nos invitaba! Dentro, podemos ver cuaros de CAravaggio y de José Ribera. Comemos unos bocatas, y por la tarde visitamos el teatro romano del siglo I a.c. y el anfiteatro griego que está junto a él. Las vistas son increibles, sobre todo con la puesta de sol. Pero se hace tarde y tenemos que vovler a la estación, a esperar al tren que nos llevará por la noche a Roma. Dormimos...

Hacemos noche en el tren hacia Nápoles...

Hacemos noche en el tren hacia Nápoles... Y lo primero que vemos al hacerse de día, lo primero que vemos es la silueta del Vesubio, el famoso volcán que sepultó con sus violentas erupciones Herculano y Pompeya (dicen que si echas una calada en la cima, junto al cráter, un extraño fenómeno atmosférico hace que el humo se quede como formando una nubecilla compacta, pero yo he visto a gente intentarlo y ni de coña, igual hay que tener práctica). Nada más llegar a Nápoles, cogemos el Circumvesuviano, un ferrocarril de vía estrecha que nos lleva hasta la puerta de las ruinas. Paseamos por Pompeya un rato, acompañados por algún que otro perro pulgoso, viendo toda la ciudad, bastante bien conservada, con casas todavía en pie, frescos en las paredes, e incluso algún que otro cadáver petrificado (se ve que la lava debió correr más que ellos). Yo ya había estado antes, así que no me impresionó demasiado. De vuelta en Nápoles (Napoli) nos cae un chaparrón de aupa, y tras mucho discutir (mojarse no hace gracia a nadie, pero quedarse metido en la estación tampoco), nos ponemos las capas y salimos a desafiar a los coches. Nápoles es una ciudad que se caracteriza por su caos circulatorio. Parece que todos se han puesto de acuerdo en hacerlo todo al revés: verde, te paras; rojo, aceleras. De hecho, encontramos una lápida junto a un paso de cebra que decía "aquí llace una mujer a la que se le ocurrió pasar por un paso de peatones" (es coña,claro). Pero por lo demás, Nápoles tiene algo especial: calles estrechas, ropas tendidas en los balcones...Pura anarquía a la italiana.
Visitamos algunas iglesias, hacemos un alto en un cibercafé (intentábamos contactar con unos conocidos que viven en Italia), y a última hora cogemos un tren que nos lleva a Siracusa, en Sicilia....

Nada más llegar a Milán...

Nada más llegar a Milán... Me estaban esperando Pablo e Irantzu, que acababan de llegar ellos también en un tren desde Lyon. No me vieron bajar del tren, así que aproveché para darles un susto por detrás (si es que soy de malo...). Al salir de la Stazione Centrale vemos a la derecha el Edificio Pirelli (donde todavía se veía el hueco hecho por una avioneta suicida un tiempo atrás). Caminamos hacia la Catedral, y de camino entramos en un restaurante basura, donde compramos hamburguesas por 50 céntimos, a las que apañadamente añadimos unos tranchetes y unas salchichas de Frankfurt (aunque estoy casi seguro de que estaban hechas en Italia, no en Frankfurt). El caso es que después de reponer fuerzas llegamos a la Catedral y... ¡EN OBRAS! Sí, chicos y chicas, fue el primero pero no el último chasco (todos se confabularon para poner en obras o cerrar sitios justo el día en que nosotros llegábamos a una ciudad). Pero bueno, poro menos entramos a verla, y además contemplamos la Galería Víctor Manuel (aunque no estaba por allí Ana Belén, pero bueno). El caso es que pasamos el día por ahí, y a las 22.10 cogemos el tren... Próxima estación, Nápoles.
p.d. nada de este viaje sería posible escribir si no fuera por la portentosa memoria de Pablo, a quien robaron el diario al final del viaje pero consiguió rescribir nuestras avneturas con pelos, señales e incluso dibujos, todo ello de memoria. Gracias por ello, Paolo.

Mi interrail comenzó el día 22 de enero.

Mi interrail comenzó el día 22 de enero. El dos días antes, viajé del aeropuerto Amsterdam Schiphol hasta Barcelona, para aprovechar el vuelo que ya tenía con Easyjet. Me alojé en casa de unos parientes, y el día 22 salí rumbo a Milano Centrale, donde iba a reunirme con Irantzu y con Pablo (mis dos compañeros de Erasmus en Utrecht, que estudian Publicidad; en cuanto pueda, escaneo fotos de todos). De camino por la Costa Azul comienza a amanecer (cogí el tren hacia las 8 de la tarde) y el sol traspasa las desgastadas cortinas de mi ventana. No me cuesta mucho despejarme del ligero sueño que había logrado conciliar (ya iré explicando el Síndrome del Viajero Rata de Interrail, o SVRI, según el cuál la capacidad del conciliar sueño en cualquier postura es directamente proporicional al número de jornadas que se lleva durmiendo en el tren para no pagar un albergue). El caso es que el paisaje comienza a teñirse de verde a un lado y azul al otro. No soy muy sensible para estas cosas, pero he de decir que me cautivó. Sobre todo, un pequeño pueblo con el que comienza el territorio italiano: Ventimiglia. Allí estaba yo con mi libro de Aprenda italiano en 10 horas cuando toma el tren una curva y aparece el mar rompiendo contra la orilla que atravesaba la vía del tren. Fue el momento en que dejé de leer en todo el viaje para no separame de la ventana. El tren paró 15 minutos y aproveché para dar una vueltilla y practicar mis primeras palabras en italiano: ¿Scusi, per favore, dove posso trovare un supermercato? Supongo que estará mal escrito, pero bastaba para comunicarse con la gente. Por cierto, ese día decidí que me encantaría tener una casita en Ventimiglia (¿y a quién no?). De allí seguí en el tren hacia Milán, donde me esperaban Pablo e Irantzu...

Pues yo voy a contaros el interrail que hice el año pasado

Pues yo voy a contaros el interrail que hice el año pasado El año pasado estuve disfrutando (digo, estudiando) con una beca Erasmus en Utrecht, (Holanda). Como termináramos las clases a mediados de enero y en la Universidad de Navarra no empezásemos el segundo "semestre" (o lo que sea) hasta mediados del siguiente mes, convenciéronme Paolo e Igantzu para embarcarme en una aventura railera con ellos. De esta forma comenzó nuestra andadura por tierras europeas en incluso asiáticas que poco a poco iré narrando(tengo que escanear las fotos). Pero para empezar, ahí os dejo una foto de las consecuencias de tal apasionante viaje... mi propia imagen nada más llegar a casa (y después de convencer a mi madre, no sin poco esfuerzo, de que me abriera la puerta, porque no era un talibán. Continuará